Galileo nació en Pisa en 1564. Su padre, Vincenzo Galilei
fue un músico de indudable espíritu renovador, defensor del cambio de una
música religiosa enquilosada en favor de formas más modernas. El tipo de
educación recibido por Galileo queda patente en las siguientes palabras de su
padre:
Me parece que aquellos que sólo se basan en argumentos de
autoridad para mantener sus afirmaciones, sin buscar razones que las apoyen,
actúan en forma absurda. Desearía poder cuestionar libremente y responder
libremente sin adulaciones. Así se comporta aquel que persigue la verdad.
A la edad de 17 años, Galileo siguió el consejo de su padre
y empezó a cursar medicina en la Universidad de Pisa. Más adelante decidió
cambiar al estudio de las matemáticas con el consentimiento paterno bajo la
tutela del matemático Ricci (expero en fortificaciones). Su notable talento
para la geometría se hizo evidente con un trabajo en el que extendía ideas de
Arquímedes para calcular el centro de gravedad de una figura.
A los 25 años se le asignó la cátedra de matemáticas en Pisa
y a los 28, en 1592, mejoró su situación aceptando una posición en Venecia que
mantuvo hasta la edad de 46 años.
Venecia era una ciudad llena de vida, poblada por unos
150000 habitantes y dedicada al comercio. Galileo se casó en 1599 con Marina
Gamba de 21 años con quien tuvo tres hijos. De entre sus amistades venecianas
figura el joven noble Sagredo, quien aparece como uno de los personajes del
Diálogo concerniente a los dos sistemas del mundo.
A la edad de 46 años, en 1610, Galileo desarrolló el
telescopio consiguiendo gracias a ello una posición permanente con un buen
sueldo en Padua. Presentó sus asombrosos descubrimientos: montañas en la luna,
lunas en Júpiter, fases en Venus. Astutamente, dio el nombre de la familia
Medici a las lunas de Júpiter logrando así el puesto de Matemático y Filósofo
(es decir Físico) del Gran Duque de la Toscana.
Los descubrimientos astronómicos de Galileo favorecían
dramáticamente al sistema copernicano, lo que presagiaba serios problemas con
la Iglesia. En 1611, Galileo fue a Roma para hablar con el padre Clavius,
artífice del calendario Gregoriano y líder indiscutible de la astronomía entre
los jesuitas. Clavius era rehacio a creer en la existencia de montañas en la
luna, actitud que dejo de defender tras observarlas a través del telescopio.
Pero, poco a poco, nuevos descubrimientos como el de las
manchas solares añadidos a la inusitada contundencia de Galileo para refutar y
ridiculizar a sus oponentes le fueron granjeando enemistades. La complejidad de
la situación se acentuó y Galileo fue reconvenido a no defender sus ideas. El
cambio de Papa, ahora Urbano VIII, inicialmente admirador de Galileo, le
llevaron a aumentar el nivel de defensa de sus ideas.
En 1632, en un entrañado laberinto de permisos oficiales
poco claro, Galileo publicó su Diálogo, donde su defensa acérrima del sistema
heliocéntrico viene acompañada de vejaciones e insultos hacia sus enemigos. La
Inquisición tomó cartas en el asunto más por desobediencia de las directivas
eclesiásticas que por el propio contenido de su obra. Un largo proceso
inquisitorial llevó a un viejo y decrepito Galileo a abdicar de sus ideas y
verse confinado a una villa en Florencia hasta su muerte en 1642.
Galileo, padre de la ciencia moderna, defendió
la matematización de la naturaleza, asentó el procedimiento científico y
propició, para bien o para mal, el divorcio iglesia-ciencia.
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